LO PROMETIDO ES DEUDA. UNA MEDITACIÓN (EXTRAÑA) SOBRE LA
BELLEZA
Cada
año los actos de la final cuentan con una conferencia-coloquio impartida por un
especialista en el tema que motiva la Olimpiada. Esta VI edición gozó con la
presencia del profesor de estética, investigador, crítico de arte y comisario
de exposiciones, Don Fernando Castro
Flórez que deslumbró tanto a los alumnos como a los profesores con una
charla del título sorprendente que encabeza esta página.
¿Qué es lo más bello del mundo?
Nos preguntó de inicio el profesor Castro
Flórez. Las respuestas varían mucho como nos iban mostrando una serie de
magníficas fotografías que empezaban a ser proyectadas en la pantalla. Lo más
bello es un Mc Donald, dijo el gran Andy
Wharhol; o aquello que se ama, según la poetisa Safo, o el esplendor de las buenas proporciones, según esa
venerable tradición que va de Pitágoras
y Platón al canon de Policleto, la divina proporción de Luca Paccioli o la arquitectura de Palladio, y luego las interpretaciones
que ligan la belleza a la moral, al ideal más allá de lo sensible, a lo virtuoso
y perfecto (Tomás de Aquino).
Con
comentarios constantes y jugosos que mezclaban en buena dosis la erudición y el
fue ejemplificando las distintas y distantes ideas que sobre la
belleza se han defendido a lo largo de la cultura occidental (pues ni un solo
ejemplo ni comentario se hizo sobre oriente y su diferente sensibilidad). De la
tradición clásica pasó a las novedades renacentistas, que reivindicaron la
gracia innegable de lo accidental y lo concreto, es decir, la belleza presente
en la singularidad individual de la naturaleza (Durero); y luego, ya en la modernidad, la belleza como
representación de la interioridad (Vermeer),
la subjetividad del observador (Las
Meninas de Velázquez), o el
viajar y el gusto romántico por los momentos sublimes, sean ante los paisajes
enormes o ante las ruinas de un pasado que nos desvela esplendores perdidos. Y
luego el siglo XX, con su mezcla de belleza y fealdad, de pasión y glamour, de cine, fotografía y performances, de boutades y manifiestos, como el Dadaísta de Tristán Tzara y su escandalosa reivindicación de la belleza del
horror de la guerra, de su llamada a la destrucción del canon clásico. Y luego
la belleza como narración, como memoria de lo que somos o de lo que podemos
llegar a ser.
Mientras mezclaba con sus
comentarios, fotos, textos, un vídeo de Internet que atrapaba la atención y una canción que repetía en un estribillo en inglés este lema:No permitas que te digan que no puedes hacer algo, ni siquiera yo…/... Es
el mensaje de Baudelaire: la belleza
es la invención de uno mismo, pues cada uno tiene el deber de inventarse a sí
mismo. En occidente la belleza ha terminado por ser una búsqueda y por ello
también algo utópico. La belleza, escribió Stendhal,
es una promesa de felicidad. Y toda
promesa, como dice el refrán y el título de la conferencia, implica una deuda
que debe pagarse. La filosofía comenzó con Platón quien, en su diálogo Fedón, narrando los últimos momentos de Sócrates, nos cuenta que éste, tras
tomar la cicuta y pedir coraje a sus amigos, pide una última cosa a su
discípulo Critón, que no se olvide de pagar la deuda (del gallo prometido a
Esculapio). La Filosofía nació con una deuda y debe cumplirla. La deuda de
pensar e interpretar cada nuevo presente, para que nadie acuse a la Filosofía
de que no cumple lo que promete. Con esta llamada y advertencia, terminó su
conferencia el profesor Fernando Castro,
que fue seguida de unos minutos de interesante coloquio en el que respondió a
las preguntas que le formularon los alumnos y alumnas presentes.
Francisco
Javier Rodríguez Buil